jueves, 4 de junio de 2009

LOS ÚLTIMOS DÍAS

Si te pudiera abandonar, Infame.
si te hubiera abandonado ya, como era preciso
luego de negros años,
librado haberme de tu cadera enferma,
de tu mirada fija, de tus pezones de cal.


Libre ya de esas noches
en que temía morir bajo tus manos,
esas noches en que tú,
blanca y tibia
como la flor que se abre y se cierra
venenosamente embadurnada,
sonreías al acecho.

A mí también me engullirás
con ese tu cuerpo despedazado uniéndose por obra de misterio.

Cuando la asfixia me eche de mi cuarto,
cuando me ahogue el espumarajo,
la mutación silenciosa, el arrepentimiento,
me vas a repasar en tu sangre inmunda,
acabarás conmigo de una vez por todas.

¡Noches a la deriva!
¡Mi amor era una loba enferma,
sonámbula en los laberintos de la muchedumbre!
¡Deteniéndose a oler, supersticiosa,
la fruta genital pudriéndose entre latidos!

Así fue que me ganó la manía de recordar nombres olvidados.

Así fue que vi a Dios cruzar como un tiburón de luz
las salas de cine.

Y los hombres recargados en largos pasillos biliosos,
y las muchachas de papel
y los ojos como globos de sangre.
Los ojos que no dormían.

Hubo un tiempo en que las noches
olían al cloro derramado de las eyaculaciones.


Nadie podrá devolverme aquella espuma ácida,
ni la ternura hecha de préstamos,
ni el miedo, ni el nombre falso con el que nos conocimos.

Ella, mi ciudad, tenía la espantosa costumbre de estar en todas partes.

Apresurándonos en hoteles infectos
increíblemente castos, con dientes apretados,
nos mordíamos para no caer dormidos,

para no dejarme llegar a esta edad ridícula
en la que no soy joven ni viejo.

Los zapatos se me deformaron un poco sombras,
doloridas raíces,
y mis dedos cogieron un sabor
de madera quemada.

Entonces,
sólo entonces,
fui a asomarme entre la gente a ver el rabioso paso de la resignación.

¿Lo sientes?
De los testículos asciende,
húmedo otra vez, este olor a insecto:
la desesperación.


Óyeme ahora, mi manceba vieja, mi Obesa.
Oye lo que te digo:

Aquí hubo una isla con un templo de sangre,
osarios descomunales la afincaban en el lodo,
y el agua dulce trazaba una raya donde se detenía exacta el agua de sal.
Íbamos a morir de todas maneras,
a pesar de este sol insaciable y sus dioses de piedra negra.
A pesar de los gritos, y la pasión desconfiada,
y las frases intachables, llenas de odio,
escupidas como bautismo.
Íbamos a nacer de todas maneras.
En esta tierra enfermiza, condenada a lo peor,
a estos hedores y este lirismo,
a su venenosa cortesía,
a sus altares para hacer leña dorada,
sus reinas locas, sus héroes impasibles,
su isla, ay su isla, moviéndose como un parásito debajo de la piel.

Noche tras noche
tuve tiempo de pensarlo:
había que huir de la Torva.

Pero huir es una sincerismo que no lleva a ningún lado.
Y yo soy lo que se dice un farsante con método:

Púlsame con este afán misionero de salir a la calle
a ser Nadie con desenfreno,
a unirme al gran coro de los masturbadores,
a besar entre calosfríos la foto del criminal bellísimo,
y a morir bajo posturas que son alta traición.

Ahora me abro paso a bofetadas: estoy a punto de ponerme sentimental.

Me recargo, cojo ánimos.

Y entonces tú,
con ese movimiento sísmico de tus caderas,
vienes hacia mí.

4 comentarios:

Óscar David López dijo...

Wow: Juan Carlos Bautista de los de mi bando, yo te aclamo. Vaya, yo te reclamo ya, ya, ya. Ven a mí: así sea.

Besos, guapo,

Òudi-Ló.

Juan Carlos Bautista dijo...

Dejad que los regios se acerquen a mí!

Daniel González Dueñas dijo...

Juan Carlos: En un libro mío que acaba de salir cité un texto tuyo (un fragmento de “Sensacional de pensamientos inútiles y sublimes”, en Parque Nandino, n. 3, Guadalajara, invierno de 2003). Me gustaría hacerte llegar un ejemplar. Por favor envíame una dirección postal a dgduenas @ gmail.com (sin espacios). Un abrazo.

MabelBE dijo...

che! sos muy bueno, muy bueno leerte...